Harina, pan, pasta, sémola, cerveza y otra gran variedad de alimentos y bebidas se pueden elaborar en base al trigo, un cultivo que en Uruguay es estudiado y mejorado desde 1914 por lo que hoy es el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA). Para repasar la historia, la situación actual y los aportes de los científicos uruguayos en pos de la productividad, inocuidad y calidad de este cereal, fue convocado a la radio el Ing. Agr. (PhD) Martín Quincke, responsable del Programa de Mejoramiento Genético de Trigo de INIA.
El experto rememoró los primeros pasos de la investigación local en trigo y su estrecha relación con los propios orígenes de la ciencia agropecuaria en Uruguay. “Fue el primer cultivo con el que se empezó a trabajar en 1914 de la mano del fitotecnista alemán Dr. Alberto Boerger, quien fue contratado por el gobierno para colaborar en el desarrollo del agro y liderar el Instituto Fitotécnico y Semillero Nacional, que hoy es INIA. El equipo que conformó sentó las bases y marcó el inicio de un proceso de mejoramiento genético de este cereal que se continúa hasta el día de hoy”, detalló.
En este sentido, Quincke señaló que “en términos generales se podría decir que hay objetivos de la investigación en trigo actual que son comunes a los que perseguía Boerger hace 100 años”. En concreto, destacó el incremento sostenido de la productividad, de la calidad y de la resistencia genética a las enfermedades que lo atacan.
En materia de productividad, resaltó que gracias al trabajo de INIA en la mejora y adaptación de variedades a las condiciones locales se logró que el rinde actual sea diez veces mayor al de hace 100 años.
“El rendimiento promedio de un trigo en 1913 era de 315 kilos por hectárea, mientras que hoy el promedio nacional supera los 3.500 kilos por hectárea y se cultivan cerca de 250.000 hectáreas anuales. Con eso se logra abastecer al mercado nacional y que haya un margen exportable que, según el año, puede ser superior o inferior a lo destinado al consumo local”, afirmó.
Desde el laboratorio de calidad del trigo de INIA, en tanto, se encargan de estudiar y certificar las propiedades de cada variedad. Esta área fue fundada en la época de Boerger y sigue funcionando hasta la actualidad, acompañando los trabajos en mejoramiento genético y evaluando los trigos que se lanzan al mercado.
Siguiendo las tendencias de mercado y de consumo hacia una producción más sostenible e inocua, INIA también trabaja en el desarrollo de variedades de trigo resistentes a las principales enfermedades que dañan al grano y pueden afectar su calidad, molienda y panificación.
“El objetivo es que, mediante el mejoramiento genético, que es el mismo que se realizaba hace 100 años, se puedan desarrollar variedades que resistan a enfermedades para evitar o reducir al mínimo el uso de fungicidas para controlarlas”, dijo Quincke.
Desde 1918 a 2020, el Programa de Mejoramiento Genético de Trigo de INIA ha liberado más de 65 cultivares diferentes, cuyas bases fueron los materiales desarrollados con anterioridad, acumulando progresivamente características favorables. Las variedades de trigo INIA ocupan algo más del 20% del área sembrada en el país, siendo el mayor proveedor de genética nacional de este cereal seleccionada y desarrollada íntegramente en el país.
“En INIA tenemos más de un siglo de investigación dedicado específicamente al manejo y mejoramiento genético del trigo. Pensando en el productor y en el consumidor desarrollamos variedades que faciliten el incremento de la productividad de manera sustentable y cuidando la inocuidad y calidad del grano. De esta manera los beneficios del mejoramiento genético y la investigación llegan hasta el consumidor final”, concluyó.