La democracia liberal está pasando por su peor momento de los últimos 50 años, atacada desde fuera por fundamentalismos y extremismos religiosos y políticos y desde dentro por gobernantes populistas que ganan terreno, tanto desde la izquierda como desde la derecha. Es el caso de Donal Trump, quien arrasó en las elecciones estadunidenses —en comicios que se proyectaba serían “los más parejos de la historia”— prometiendo proteccionismo y ataque frontal a la inmigración que “envenena nuestra sangre”.

Durante su primer período de gobierno el mandatario republicano impuso tarifas a la importación de bienes por unos US$ 380 mil millones, en su mayoría a productos originarios de China, en una dura guerra comercial con la segunda potencia mundial. En su tercera campaña electoral, y segunda en la que resulta triunfante, prometió medidas mucho más abarcativas, incluyendo aranceles de 10% a 20% a todos los productos importados, con tasas de hasta 60% para los bienes de China. La buena noticia es que no se cree Trump se anime a tanto. Según Goldman Sachs, las tarifas a la importación desde China no serían de más de 20% y ven “solo 40% de posibilidades de que se apliquen aranceles al barrer a todas las importaciones de Estados Unidos”.

Queda por ver entonces si estas tasas incluirán alimentos, pero es de suponer que desde las influyentes gremiales agropecuarias estadounidenses le recordarán al presidente su promesa electoral y exigirán tasas a los productos importados que reduzcan la competencia desde el exterior.

Este paquete arancelario va acompañado de la promesa de rebajas de impuestos internos, tendiendo a dejar más dinero en manos de los ciudadanos. Al final del día, ambas políticas no pueden determinar otra cosa que no sea un aumento de la inflación, determinado por una menor competencia de productos importados y por la mayor cantidad de dinero circulante.

Según Bloomberg Economics, la guerra comercial desatada por el trumpismo, con las obvias medidas retaliatorias que impondrán los países afectados, determinará una disminución del PBI estadounidense de 1,3%, a la vez que la reducción de impuestos lo elevaría 0,3%. Pero ambas medidas impulsarán la inflación, 0,5% la guerra comercial y 0,4% la rebaja impositiva.

La lucha frontal contra la inmigración también tenderá a impactar de forma negativa al PBI, al reducir la fuerza laboral.

Estados Unidos tiene un gran déficit de producción de carne este año y todas las proyecciones indican que será igual o peor el próximo. Por lo tanto, las necesidades de importación serán grandes. Si suben los aranceles a la importación 10%-20%, para la carne fuera de cuota implicaría una tasa que pasaría de 26,4% a entre 29% y 31,7%. En las actuales condiciones de mercado, todo indica que el principal perjudicado será el consumidor, a quien se trasladará ese mayor costo.

Pero, a la larga, que la principal economía del mundo crezca menos y tenga más inflación impactará de forma negativa en la economía mundial y en la propia economía estadounidense. Como todo populismo, sea del signo que sea, es sinónimo de pan para hoy y hambre para mañana.