Europa suele posicionarse como férreo defensor del ambiente y, en base a ello, como gran promotor de sistemas de producción que causen los mínimos daños posibles en el medio ambiente. Pero, en realidad, si se profundiza en datos acerca de las formas de producción, se advierte que las cosas no son tan así como se publicitan desde Europa y que, en realidad, el primer objetivo de ese discurso ambiental es, en realidad, para sostener sistemas de producción de baja eficiencia y competitividad frente al de otras partes del mundo.
Europa es un continente muy cerrado a la competencia de productos de origen agropecuario, plagado de aranceles y cuotas que le permiten esconder ineficiencias internas y lograr que sus productores obtengan rentas positivas.
Algunos datos ilustran de buena manera esto. Por ejemplo, Lucas Lieber, CEO de la firma Bioheuris, dedicada al desarrollo de herramientas biotecnológicas, trasladó en Twitter estadísticas de la OCDE —entidad que integran muchos países europeos— sobre la intensidad en el uso de agroquímicos en diversos países. Por más que desde Europa intentan mostrar otra cara, no puede llamar la atención que los países con mayor intensidad en el uso por hectárea de estos productos son europeos, con datos que se ubican muy por encima de los países de América, tanto los del sur como los del norte.
Los de menor intensidad en el uso de agroquímicos son Australia y la India, luego se ubican los países de América del Norte y Argentina y Brasil —no hay datos de Uruguay en esta estadística— y se cuela entre ellos el Reino Unido. Con una mucho mayor intensidad de uso de pesticidas aparecen luego buena parte de los países del continente europeo y China. Los de mayor uso por hectárea son Bélgica y Holanda, quienes cuadruplican los datos de Argentina y Brasil.
Sin embargo, a primera vista, las posturas de los distintos países parecerían ser las opuestas a estos datos, con los europeos posicionándose como los adalides del cuidado del ambiente. Definitivamente, no es oro todo lo que reluce.